LINEAS UTOPICAS
Por Javier Villa, para la muestra "Maracatú atómico"

Las utopías de la vanguardia parecieran ser un trauma. Pero un trauma que no vuelve como eterno retorno, retorno de lo reprimido o algún otro retorno famoso, sino como acción diferida: un acontecimiento posterior las recodifica retroactivamente. Si Sinclair embiste sobre Mondrian o Fontana lo hace para intervenir sobre su pensamiento. Ninguno de estos artistas es el mismo pre-Sinclair porque aquello que dejaron, ideas maleables y no objetos de living, acaba de transformarse hace un segundo. Me gusta pensar el arte de esta forma, como postura ideológica desde una periferia cuyo paradigma fundacional moderno se centró en el uso y la desviación de la información importada. El arte está más cerca de la wiki que de la Enciclopedia Británica; los artistas no son próceres estancados en mármol sino piedras arrojadas a una laguna gigante (esa laguna puede ser lo real o puede ser el lenguaje, que podrían ser exactamente la misma cosa), donde las ondas que cada una produce, eventualmente o no, se superponen y forman un patrón de interferencia[1]. Es decir, el Fontana del que estamos hablando tiene casi medio siglo de ondular variable. Entre esas ondulaciones podemos encontrar las interferencias del cutter en las pinturas de Fernanda Laguna, el cambio del agujero preciso del bisturí por el agujero azaroso que deja la pólvora de Tomás Espina o la abertura en el espacio de representación que muta del espacio pictórico al espacio de exhibición en la Retrospectiva de Rosa Chancho. De una forma tan aleatoria como arbitraria (no estoy intentando aquí establecer relaciones con Sinclair), se podría comenzar a definir la laguna que tenemos, es decir, darle un contexto al lenguaje.

Entonces, una de las múltiples ondulaciones de este contexto es que varios artistas están interfiriendo sobre las ideas y utopías que dejó la modernidad. Sólo en la arena de la abstracción geométrica se puede pensar, nuevamente de forma aleatoria y arbitraria, en Max Gómez Canle (que se involucra con el problema del cuadro como ventana al mundo con una solución irreverente al mezclar figuración romántica con una geometría que va de la metafísica al tetris) o en Luciana Lamothe (que se involucra con el constructivismo para pensar la relación entre herramienta y material y llegar a las variables construcción-destrucción y vanguardia-crimen). Estas manifestaciones ocurren en un momento singular para volver a pensar la geometría, no sólo porque uno puede seguir viendo con ojo matemático tanto al universo como a la profundidad de su placard, pasando por el urbanismo y el conductismo sobre los hábitos diarios, sino porque con la digitalización podría acelerarse aún más la transformación de lo producido en commodity que, ahora sí, sería un eterno retorno de lo mismo según Benjamín leyendo a Baudelaire. Actualmente es posible hacer escuela mientras se replica al infinito la pegada de mercado: con profundidad de perspectiva o con sombras, simétricos o asimétricos, simétricos por la asimetría producida por el cambio de sombras entre una mitad y la otra[2]…y, claro, dónde quedó Sinclair.

Sinclair ondula alrededor de un problema clave dentro de esta vanguardia ideal: la pregunta sobre el lenguaje. Y si volvemos, por ejemplo, a Mondrian, tenemos que pensar en una interferencia tanto sobre su período neoplasticista, donde el despojamiento de toda huella representacional en busca de un lenguaje propio llevaría indudablemente hacia la clausura del mismo, como sobre su período neoyorkino, donde la influencia del jazz le devuelve ritmo a la geometría, reviviendo por la fisura que provoca el elemento externo y cotidiano. Creo que hay algo de esto último en Sinclair: cómo volver a darle potencia al lenguaje. Y la fórmula de Maracatu Atómico es fusionar tres líneas utópicas que batallaron el siglo pasado: 33,3% de ideal, 33,3% de azar y 33,3% de fusión arte-vida.

Al liberar un dibujo plano -geometrías realizadas con cutter sobre pelopincho- a las ondulaciones del espacio, se despliega un juego volumétrico de materia y vacíos que fluctúa azarosamente a la intemperie. Sinclair reanima al lenguaje geométrico abriéndole una grieta poética que no niega su existencia ideal, sino que obliga a esta idealidad a enfrentarse con su propio sinsentido. Lo racional y universal se vuelve contingente y temporal. Las líneas utópicas se desgarban: el presente preparatorio para un futuro utópico se convierte en la potencia de lo actual y excepcional. Bajo un sistema estocástico dominado por el clima y la geografía contextual, la geometría gana fuerza con su propia indeterminación. El lenguaje puede cobijar, ser techo o piso, pero su mayor porcentaje está en los agujeros: es siempre una experiencia a la intemperie, un ritual que nunca agota sus ondulaciones.

ARQUITECTURA PLACEBO Y OBJETO RITUAL

Sinclair podría ser la hija mujer, de geometrías blandas y curvadas, de intencionada precariedad latinoamericana, concebida por el matrimonio Fontana-Matta Clark.
En la distancia que hay entre los viriles building cuts de casas abandonadas y la arquitectura blanda y desfondada que podríamos catalogar como arquitectura placebo, de temporada o banco de suplentes (pileta-pelopincho, techo-toldo-sombrilla, muro-medianera plástica), intuyo que podría ubicarse una mezcla de la estética íntima y cotidiana de los noventas locales con cierta sensibilidad conceptual de su paralelo internacional. A su vez, Sinclair podría estar ondulando en la misma frecuencias que el trabajo escultórico de Eduardo Navarro sobre arquitecturas ad-hoc, los atentados contra la arquitectura de Luciana Lamothe para volverla inestable y hacerle brotar su contenido poético y los lanzamientos cromáticos de Juliana Iriart que también se dejan llevar por un sistema estocástico comandado por el clima. Estos trabajos, entre varios más, invierten cierta fe en la potencia de la acción y el acontecimiento, elementos recuperados pos-Rojas que valdría la pena contextualizar en algún momento ante la avanzada pictórica que se avecina.

En algunos casos, existe en esta recuperación una actitud ritual, ya sea mediante una serie de acciones producidas sobre el objeto o por él mismo, como por la comunión de un grupo de individuos donde la materia fundamental es la acumulación de energía en tiempo presente, sea su resultado una huella de la acción fijada en la obra o un acontecimiento excepcional.

Sinclair realiza un primer ritual matemático en el cual mide, traza y tajea; se pierde en un trance euclidiano. En un momento posterior, este primer ritual se convierte en proceso (preparación ritualizada de lo simbólico, como la confección de la vestimenta para la danza) de un segundo ritual, donde la geometría se desglosa en el espacio para convertirse en un espiral de Fibonacci carnavalizado. Es así como la matemática precisa vira a una relación de indeterminación[3]donde el lenguaje se muestra y se oculta, se ve alterado por el acontecimiento, el clima, la gravedad, la información que se filtra del contexto y del observador.

Es que el lenguaje baila, es una arquitectura de temporada, experiencia blanda e incierta. La geometría se desgrana, se vuelve energía, física ritual, Maracatu atómico.

Javier Villa. Septiembre 2009

[1] Christian Huygens (1629-1695) estudia el fenómeno ondulatorio, Sinclair lo hace girar para sus propósitos poéticos y yo lo vuelvo a girar con otros totalmente distintos.
[2] ¿Cuántos clavitos clavo Pablito?
[3]Cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su cantidad de movimiento lineal. Esta idea parte de un principio de la mecánica cuántica enunciado por Werner Heisenberg en 1927.