MITEMA
Fabio Kacero, para la muestra "Mitema"

Sería como si alguien (ella) preguntara: ¿para qué tocarlo si ya está bien así? El “lo” de tocar-lo se refiere a lo que aparece ante nosotros, a la disposición de los objetos del mundo.
Ver en esa disposición un Ikebana intocable, insuperable. O una tautología imposible de rebasar, como la de la rosa de Gertrude Stein, por ejemplo, que aplicada a la porción del mundo llamada Mite, decretaría que el local de Mite, es el local de Mite, es el local de Mite, es el local de Mite…
Preguntar “¿para qué?”, afirmar “ya está bien así”, colapsar dentro de la tautología, producen un efecto similar al que en el mito griego implicaba mirar a los ojos de la Gorgona: quedar paralizado. Perseo (en el mismo relato mítico) establece un modo posible de conjurar la amenaza: mientras no miremos la mirada que inmoviliza, tendremos alguna posibilidad de maniobra.
Una de esas maniobras posibles -que no mira, o mejor, que pone entre paréntesis los paraqués, los arreglos insuperables con que se nos presentan las cosas, las tautologías- sería ésta: volver a combinar y posicionar esas mismas cosas, los elementos discretos del mundo. Modesta acción, si se quiere, pero ya es modesto nuestro horizonte de acción, pues se presume que la señora Creación hace tiempo ha pasado por aquí con sus portentos, dejándonos tan sólo migajas, imitaciones, sucedáneos de ella.
Elementos discretos: mueble, ventana, escalera, luces, vigas, techo verde a media altura…; unidades mínimas, tan disponibles, tan opacas o reveladoras como otras cualquiera del profuso stock de lo que hay. El local de Mite es mi tema local, el dato más inmediato, primario, que aparece al momento de proceder a la recomposición, a la reescritura de un conjunto preexistente asumido como alguna clase de escritura previa.
Aunque nada aparecería como nuevo en esta reescritura –ergo no habría modernidad-, su sintaxis dispone de un peculiar signo (triádico): la materia que preexiste (en la vastedad del mundo, en lo acotado de esta habitación) será objeto de manipulación a modo de significante; la peculiar manera de reubicar las piezas en el tablero, el estilo; y la efímera y escurridiza figura que se desliza entre ambos, el significado.
En rigor, acaso, en ese signo ni siquiera habría significado, y lo que se escurre no sería un contenido sino tan sólo una posibilidad de ver. Un ver que podría revelarnos la naturaleza del juego, la infinitud combinatoria, lo azaroso o lo provisorio de cada combinación, y, si se quiere, si nos dejamos llevar hasta el extremo de la trama, el vacío.
La ejecución de sutiles modificaciones de objetos, de señalamientos (lumínicos), y aún de dibujos, versionan lo que hay; y de tal ejecución resulta una sustancia reflejante, emparentada al escudo de Perseo, o al agua donde se miró Narciso. Aludo al mito (y vuelvo, sin culpa, al significado) porque mitema también lo alude. Si un mitema (concepto que toma como modelo a los fonemas o morfemas de la lingüística) elabora un relato mínimo común que enhebra y da legibilidad a relatos míticos disímiles, entonces al mitema Sinclaireano lo imagino así, como aquel que descubre, con cierta ironía, que la suerte de la más fea (la Gorgona) y del más lindo (Narciso) se parecen: el destino de sucumbir ante lo que nos espeja, el destino de terminar ahí donde comienza el reflejo.


Fabio Kacero