LO LEVE CONQUISTA EL PATIO
Berenice Gustavino, para El detalle inútil

Acompañar con la escritura una obra que se propone discreta, que prefiere lo intangible al riesgo de resultar insistente o excesiva, es una tarea delicada.
Marcela Sinclair piensa y realiza una obra específica para el patio del rectorado de la Universidad Nacional de La Plata. La armonía de los elementos arquitectónicos, el ritmo estático de los arcos y las columnas, la racionalidad del trazado ortogonal, animan una propuesta que revisita el gesto fundacional de implantación de la retícula sobre la pampa. Los proyectos imbuidos de fe en el progreso de fines del siglo XIX dictaron los órdenes sucesivos que invistieron este espacio: el de la economía, el del conocimiento y el de la administración. Porque el patio, ligado históricamente a la concepción de la ciudad, es una grilla dentro de otra grilla.
Pero no se trata de denunciar el dogmatismo clásico, moderno, racional –ese trabajo ya está hecho–, sino de infiltrarse, sembrando dientes de león en las grietas, irrumpiendo con elegancia en los intersticios, para diseñar modos posibles de habitar y transitar ese espacio.
El detalle inútil propone nuevas reglas a las estrictas ortogonales y al ritmo modular del patio, y lo hace de manera difusa, sin pretensiones estatutarias. Sinclair confecciona un nuevo metro patrón, pero no lo determina de una vez ni, mucho menos, para siempre: se deduce a veces de la undécima parte de un fliflá hacia atrás y otras de la distancia entre dos manos que sostienen la medialuna cuando esta alcanza su altura máxima. Con el patrón Sinclair, el terreno se mide a los saltos o de cabeza, distraídamente o con la obsesión del topógrafo, y con él se reconsidera la altura del patio, su diagonal, su espesor. Pero la regla cambia cada vez que se la quiere usar: las escuadras son blandas y el compás se desmaya en medio de la tarea. La grilla es así redibujada y enredada. El espacio encajado se expande por sus laterales, más allá de las columnas y arcadas, y se dilata por arriba y por abajo. No se trata, sin embargo, de contrariar el orden apelando al desorden o a la ausencia de orden, sino de sugerir formas nuevas de apropiarse del patio, inaugurando un nuevo registro de experiencia.
El detalle inútil toma por sorpresa la retícula, pero la sorpresa es mínima, casi secreta. Responde a una temporalidad que elude tanto la cadencia universal dictada por el viejo reloj del edificio como aquella normalmente consensuada para regir durante las exposiciones de arte. El detalle inútil es humilde, no vocifera ni reluce, pero al mismo tiempo es arrogante, porque trabaja en el margen del misterio y puede replegarse, guardándose lo mejor para sí. Es también, por supuesto, caprichoso e indoblegable. La artista programa por primera vez un repertorio de acciones para ser ejecutadas por otros durante un tiempo acotado y descubiertas a medida que transcurren los días. Las acciones se realizan según el ritmo dictado por el meridiano Sinclair: se revelan y se ocultan sin aviso previo, toman por asalto a quien atraviesa el patio y lo transforman en espectador desprevenido; y nunca se repiten del mismo modo. Las burbujas son el motivo único pero constante de la obra. Nada está librado al azar, las pautas fueron pensadas, formuladas, sopesadas e indicadas: saltar, dibujar, jugar, leer, reposar. El objetivo: introducir modificaciones discretas y efímeras en el patio, establecer en cada momento unas reglas que no duran nada, escribir con jugo de limón y esperar a que alguien encienda una llama para descubrir por fin el guiño escondido. O no.
Marcela Sinclair propicia las ocasiones para que el infraleve duchampiano –noción escurridiza pero rica en declinaciones poéticas y derivas conceptuales– sea intuido: dispone los elementos que dislocan brevemente lo habitual, atrae la atención sobre el detalle ínfimo, programa el encuentro imprevisto. La obra tiene lugar en el límite estrecho que va de lo delicado a lo imperceptible, y se cuida tanto del riesgo de la redundancia como de la total desaparición.
La invitación está hecha, porque el patio es donde el juego sucede y donde la grilla es agitada por la brisa tímida pero infalible de los sopladores de panaderos.

Berenice Gustavino